A mi primo S. D. C.
para que no le quite ojo a sus padres.
Y a su padre
por darme el argumento.
Era un día claro, de esos en los que el sol brilla con tanta fuerza que impide salir a quienes tienen por oficio amargar la vida a los justos, de esos que sólo pueden verse en el mediodía español. En un rincón de una linda casa situada en una tranquila calle de un pequeño pueblo a medio camino entre la playa y la montaña situado en una de esas provincias en las que brilla el sol en los días claros, la voz tierna de un padre resuena en la habitación de su hijo.
- Despierta, campeón. Hoy es el día. ¿Recuerdas que hoy iríamos a recoger setas al campo?- el pequeño abre unos ojos grandes en los que se aprecia con detalle, si uno sabe mirar, la encarnizada lucha que mantiene la ilusión contra el sueño.
El desayuno es importante. Ninguno de los dos sale de casa sin él. La comida es el combustible del cuerpo, recuerda siempre el amoroso padre; sin ella, se pararía el motor que nos mueve. Y el hijo asiente, seguro de que su padre tiene razón porque cómo no iba a tenerla el mejor de todos los padres.
La ropa también lo es. No es ya que no podamos salir desnudos a la calle, sino que hay que elegirla con cuidado. Sólo los niños desastrosos y los patos salen a jugar vistiendo el traje de los domingos. ¿Os sorprendéis? ¿Nunca habéis visto un pato vistiendo el traje de los domingos?
Salen de casa ambos de la mano. El más grande de los dos lleva una gorra que le compró su padre el día anterior, de esas en las que una bola rodeada de llamas golpea una calavera, de esas que están genial porque las compra papá. El padre lleva la mochila. El día va a ser inmejorable, grita el sol con cada rayo que atraviesa un día claro en una de esas provincias en las que hay pueblos a medio camino entre la playa y la montaña y en cuyas calles tranquilas hay casa lindas con rincones en los que un padre y un hijo planean su salida en busca de setas.
Suben al coche y se desplazan a las afueras, a una zona arbolada, el vestigio de un inmenso bosque que la estupidez de los hombres taló. Bajan del coche y se dan las últimas consignas: nada de locuras, nada de piernas rotas, la suya es una misión de hombres. Comienza la caza de hongos...
Llevan ya unos cuantos. Parece que el día se les está dando bien y los ánimos van en aumento. Cuando eso ocurre...bueno...ya sabéis que los padres recuerdan sus batallitas. Lo que está a punto de suceder, no lo imaginaríais jamás.
- Esto me recuerda a cuando estábamos en la mili, hijo mío- recuerda el padre con ese brillo en los ojos que sólo puede dar la nostalgia. Y la cantinela continúa...- Cuando íbamos al campo de maniobras, teníamos que buscarnos la vida nosotros mismos: encontrar comida y agua, levantar nuestro propio refugio, protegernos de las bestias que querían hacernos daño, de los animales que también querían hacernos daño...
El hijo escucha embelesado. Cómo no va escuchar así, si habla un héroe. Habla su padre, un héroe de verdad y no uno de esos mindundis con capa y ropa interior convertida en ropa exterior. Habla alguien que sabe lo que dice.
- Y más de una vez cocinamos setas. Las encontrábamos en aquellas caminatas que duraban horas y horas. Como estas, míralas...
El padre, sin saber muy bien que aquel hongo le cambiaría la vida, que lo convertiría en un verdadero héroe de capa y calzoncillos al viento, la lavó un poco y la tragó de un bocado. No habían transcurrido más de cinco minutos cuando todo comenzó a dar vueltas. Podía oír la voz de su hijo al fondo, lejana como su propia juventud, gritarle que estaba cambiando. Se miró las manos. Las venas empezaban a marcársele y los brazos crecían. Se le ensancharon los lomos y se le borraron las morcillas. Jamás había experimentado una sensación parecida.
Su visión también estaba mejorando. Su respiración se ralentizó porque ya no necesitaba tanto oxígeno. Cuando todo a su alrededor dejó de dar vueltas, buscó a su hijo con la mirada. No lo encontraba, así que decidió ir a buscarlo; tal vez se había ido a buscar más setas o se había asustado. Con un solo paso se desplazó varios metros. No podía creer lo que estaba sucediendo: había ganado velocidad, era velocísimo ahora.
Recogió un palo del suelo para apoyarse, pero lo partió con el tacto. Aquello no podía ser cierto. La seta le había dado poderes sobrehumanos. Se sintió ligero. Pateó el suelo y se levantó por encima de las frondosas copas de los árboles. Descubrió para su descontento que no podía volar, pero se dijo a sí mismo que aquello sería pedir demasiado. Dio otro de sus super saltos y afinó la vista para tratar de localizar a su hijo.
- Vamos a buscarlo- sonó una voz a su izquierda- No te dejaré solo en esta tarea, compañero...
Sus ojos eran ahora bancos. No podían dar crédito. Una tarta de chocolate y nata, con base de fresa le estaba dirigiendo la palabra y acababa de llamarlo compañero. Atónito, sin saber muy bien si aquello era real, se acercó despacio a la tarta, que levitaba a un metro y medio del suelo.
- Tranquilo, ahora somos compañeros. Yo represento tu vitalidad, te acompaño siempre. Los demás no pueden verme, pero tú sí porque has sobrepasado el umbral de lo humano. Todos los seres vivos tienen un avatar que simboliza su vitalidad; a medida que pasa el tiempo, el avatar se hace cada vez menos nítido hasta que un día, sin que puedan evitarlo, éste desaparece.
Sé que mi forma te sorprende. La verdad, a mí también. Cuando eras más joven, cuando pasábamos juntos la escarlatina buscando alimento, protegiéndonos de las bestias y corriendo durante horas, yo tenía el aspecto de un poderoso tigre. En fin, supongo que nos hemos hecho niños con la edad...eso está bien, supongo...
Todo era bastante extraño, pero si la gente se fiaba de políticos sin escrúpulos ni luces, por qué no iba a fiarse él de una tarta de tres sabores que hablaba con tanto aplomo y seriedad. Juntos podrían llevar a cabo grandes gestas, pero primero tenían que encontrar al pequeño que andaba perdido en medio de aquel vergel arbolado.
No hizo falta moverse. Al terminar de pensar en la búsqueda que la extraña pareja tenía que emprender, oyó a lo lejos la voz de su hijo...
- ¡Papá, papá!- todo se volvió oscuro de golpe. En la inmensidad del silencio apareció, titilante al principio, una luz que parecía correr hacia él. Tal vez era él quien corría hacia la luz. Por un momento tuvo miedo. No quería saber qué había al otro lado, pero el blancor inmaculado ya lo había alcanzado y lo envolvía por completo. A su lado podía ver a su hijo que sollozaba, a su esposa que se llevaba las manos a la boca.
- Nos ha dado un buen susto, caballero. Suerte que su hijo llamó a los servicios de emergencia y lo trajeron enseguida al hospital. Hay que tener más cuidado con las seta que uno ingiere.
La voz del médico era ronca y dijo aquello como quien lee una sentencia. Todo había sido un sueño, provocado por un envenenamiento que, por lo que pudo oír, no era grave. Debió suponer que nada podía ser real, que las tartas no hablan y que los héroes sólo existen en la desbordante imaginación de los hijos cuando estos miran a sus padres. Todo era mentira, salvo el día claro y el sol que impedía salir a quienes tienen por oficio amargar la vida de los justos...bueno, eso...y la tarta que desde los pies de la cama le guiñaba un ojo, aliviada...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario!