Las leyendas de viejos lobos de mar y de cientos de pescadores con el amanecer en la mirada, se confunden con la realidad de los que se adentran en el azul del océano, bajo la bóveda celeste del cielo, en busca de una vida mejor.
En tierra, sobre los espigones y a lo largo del paseo que recorre la playa, se agolpan los pañuelos y las lágrimas, que brotan de nuevo cada vez que el casco del barco hiende el agua. Los recuerdos de un tiempo mejor se hacen más vívidos a medida que las olas lamen el acero del buque y el espíritu de quienes se lanzan a lo desconocido.
Cuando no eras más que un infante, tú mismo acudías al puerto a ver zarpar aquellos gigantes metálicos, y soñabas con las miles de aventuras que les aguardarían allende los mares.
Tal vez se toparían con sanguinarios piratas, o viajarían por los mares del sur, y verían las ballenas de las que tanto oíste hablar a los viejos marineros que de vez en cuando descendían al puerto al arribar a él sus imponentes navíos. Tal vez recorrerían las costas atlánticas hasta llegar a los hielos perpetuos del norte, o conocerían sirenas cuando atravesaran las costas de Grecia y Turquía, donde habitaban también las oscuras parcas. Tal vez llegarían a tierras mágicas y de ensueño, donde el tiempo se detiene y los unicornios y los centauros compiten en magníficas carreras llenas de euforia y color, o tal vez accederían a los secretos mejor guardados del universo, y sus barcos se elevarían hasta la Luna o alcanzarían los confines del mundo, donde habitaban monstruos como nadie había conocido antes…tal vez tocarían las columnas en las que se sostienen los cielos.
Ahora, tú mismo conoces la sensación que embargaba tantos corazones. Sabes que no hay piratas ni sirenas, oscuras parcas ni tierras de ensueño donde unicornios y centauros compiten en magníficas carreras llenas de euforia y color; ni el barco se elevará hasta la Luna, ni alcanzarás los confines del mundo…
Ahora miras el puerto desde el barco. Los niños te sonríen pensando en las maravillosas aventuras que vas a vivir, las mujeres y maridos de quienes se apelotonan sobre la cubierta, contra la baranda, ríen y lloran a partes iguales porque saben que muchos no volverán o no serán los mismos cuando lo hagan; pero no quedaba más remedio que subir al barco que ahora corta las olas como el cuchillo la mantequilla…y los pañuelos al viento se confunden con las gaviotas, y éstas con las almas, cargadas de sentimientos y emociones, de quienes ven cómo el puerto se aleja cada vez más y a buen ritmo.
Ojalá vuelvan a encontrarse todos algún día, piensas, mientras recorres por última vez las miles de caras que se despiden del barco…
Abajo, en los camarotes esperan los fríos y duros camastros que harán las veces de hogares en la ciudad flotante, la que avanza con decisión contra las olas, contra la brisa marina cargada de salitre. En las bodegas, las ratas se disputarán el pan con los cientos de bocas hambrientas que hoy se echan al mar…que hoy se adentran en lo desconocido.
El billete a América, lo llaman, y se yerguen de orgullo cuando cuentan que consiguieron subir a uno de esos buques llenos de emigrantes, de golondrinas enjauladas que se adentran en los territorios de los titanes.
Por delante, hasta la tierra de la libertad y de las oportunidades, quedan aun miles de millas. Millas que muchos no recorrerán, millas que el barco come al mar en calma.
Puede que mañana sorprenda una tormenta, y después otra, y otra más…pero a ti no te importa…porque ningún pañuelo, ninguna lágrima, ninguna sonrisa te espera en ningún puerto; y el amanecer se clava en tu mirada, y la sal se pega a tu piel, y la soledad te muerde el corazón…porque ningún pañuelo, ninguna lágrima, ninguna sonrisa te espera en ningún puerto.
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