La noche trae consigo el silencio para muchos. La noche trae consigo la oscuridad para muchos. La noche trae paz y calma a los cuerpos y las mentes agotados de los niños, pero no trae el silencio, ni la oscuridad ni la calma a sus dormitorios.
Cada noche, cuando los más pequeños se van a dormir, una corneta da la señal para que lo inerte cobre vida.
De los estantes y baúles, los muñecos y muñecas organizan la marcha triunfal, sus particulares juegos, su fiesta a la vida.
Un ratón a pilas enarbola la bandera de los juguetes. Comienza el desfile. Lo siguen los valientes soldaditos, ya sean de plástico o de plomo, con sus casacas de colores y sus fusiles al hombro. Las bailarinas danzan detrás, disipando la seriedad marcial de los soldaditos. Los peluches, especialmente los osos, se yerguen sobre sus patas traseras y ejecutan, con paso firme, danzas rusas que lo llenan todo de energía. Los monos, los payasos y las pelotas lo cubren todo de colores estridentes y de música animada. Todo parece un verdadero circo, el circo de los juguetes.
Las marionetas y los autómatas cierran la marcha al son de los platillos y tambores de los payasos. Con sus extremidades articuladas danzan, y dejan oír los chasquidos que sus articulaciones provocan al moverse con tanto brío.
La alegre procesión cruza bajo la cama, que hace las veces de arco del triunfo. Los niños, a menudo, se mueven en sus camas y asustan a los juguetes, pero rápidamente vuelven a inundarlo todo de risas y alegría con sus jolgorios.
A las danzas y a la música se le suman los juegos: las marionetas interpretan excelentes piezas de teatro que han aprendido esa misma tarde y, con ellas, hacen reír a los demás juguetes; los soldaditos se enfrentan en colosales batallas que, en ocasiones, atemorizan a los presentes, pues son tan reales que todos temen que alguien pueda resultar herido; pero, sin duda, lo mejor llega cuando, tras la batalla, soldaditos y bailarinas bailan sones de salón. En un momento dado, los payasos elevan su particular carpa circense, y los peluches actúan como las fieras domadas para entretener a un público que se deshace ya en carcajadas.
La fiesta continuará aún varias horas, hasta que el alba comience a despuntar. Cuando los primeros rayos del sol bañen la tierra desde el horizonte, cada juguete volverá a su puesto. Cuando los más pequeños despierten, no descubrirán nada nuevo, todo seguirá como siempre, y crecerán inmersos en la rutina de la vida. Cuando esos niños sean adultos, no se darán cuenta del milagro de estar vivos.
Los juguetes, sin embargo, seguirán celebrando cada noche que tienen movimiento, que aunque no tienen corazón, sí tienen sentimientos.
Las risas y la música continuarán inundando de alegría cada dormitorio cuando los niños y niñas del mundo descansen en sus camas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario!