domingo, 3 de junio de 2012

El asesinato de la joven Anne (IV): Frank Reynolds

No sé qué le habrán contado de mí, agente, pero yo no maté a aquella muchacha. Sí, es cierto que se alojó aquí a mediados de abril, poco después de que terminaran las lluvias, cuando el calor comenzó a apretar.

Llegó como una ola de aire fresco a este pueblo, agente, demasiado viejo. Llegó con un par de pequeñas maletas, bastante viejas, creo recordar. No creo que tuviera familia, de modo que aquellas maletas debieron de ser los restos de una herencia por parte de una abuela o un bisabuelo. Aunque hermosa como un ángel, era de aspecto pobre; un lucero, sí, pero algo dejada en su vestimenta usada y en su aspecto cansado.
La verdad es que yo no la conocí demasiado. Se limitaba a pagarme puntualmente y pasaba las primeras horas de la mañana encerrada con Kelly, una antigua inquilina del albergue; por las tardes salía a pasear. A finales de mes me anunció que ya no se hospedaría más aquí, con nosotros.
Fue un golpe duro, lo admito. Se resintieron el bolsillo y la vista, usted ya me entiende, agente. Pero aún me queda Kelly, y ella sabe bien que yo no maté a aquella chica. Yo no haría jamás daño a una mujer, por muy fría que fuera su actitud hacia mí; no señor, me gustan demasiado.
Como le digo, yo no supe jamás mucho sobre la joven. Cierto es que siempre me trató con respeto y jamás se retrasó en un pago. No sé cómo pudo costearse los dieciocho días que estuvo aquí, pues, como le dije, tenía aspecto pobre y sé bien que no trabajaba hasta que el 1 de mayo comenzó a trabajar en la heladería de esa arpía de Dorothy Evans. Me alegro de que su sobrina ande detrás de quitarle el negocio, espero que algún día lo consiga...
Y en cuanto a la chica, supongo que Kelly sabrá mejor que yo de dónde sacó el dinero.

Kelly se hospedó aquí una fría noche de enero. Creo recordar que fue hace ocho años. Ella tendría unos 22 años, no muchos más de los que tenía Anne cuando llamó a mi puerta. Kelly era una muerta de hambre. Pobre y calada hasta los huesos por la intensa lluvia que azotaba la región desde hacía un par de días.
Recuerdo cómo llegó. Era muy joven, sí; pero tenía ya el rostro marcado por el sufrimiento. Yo la acogí, aunque la primera semana no vi ni un pago. No obstante, ella estaba en posesión de otros recursos...y los sigue teniendo...ya me entiende usted. Recursos y experiencia. Yo vivo solo. La acogí, pese a que no tenía donde caer muerta.

Según me dijo en un par de ocasiones, se había fugado de casa unos meses antes. Por lo visto, su padre las maltrataba a ella y a su madre. Así fue como decidió recorrer el país en busca de una vida mejor.
Según me dijo, había trabajado en un par de locales antes de hospedarse conmigo; pero de todos la echaron porque la paga nunca le dio para vivir. Ahora trabaja en la ciudad, pero jamás ha consentido decirme el nombre del local, y yo, francamente, no estoy interesado. Si quiere hablar con ella, tendrá que hacerlo por la mañana o antes de las siete de la tarde.
En fin, de este modo ha vivido conmigo estos ocho años. Cuando puede, se encarga del albergue. Por supuesto, ella ya no es una clienta más: paga menos y es casi como de la familia; tenemos bastante confianza, aunque nunca soltó prenda sobre la joven Anne.
Creo que trataba de protegerla de mí, o quizá no quería perder su posición, usted ya me entiende, agente.
El caso es que yo no puedo decirle demasiado sobre la muerta. Salvo que siento su muerte...

Ahora que me acuerdo, agente, antes de irse Anne me dijo que se marchaba cerca de uno de los parques nuevos. Conozco al propietario de la casa, aquí todos nos conocemos. Se llama Harvey Bender. No es del pueblo. Vive y trabaja en la ciudad, como contable. Estuvo viniendo por aquí durante un tiempo, pero sus hijos se aburrían por aquí, de modo que pensó en alquilar la casa; eso me dijo una tarde mientras bebíamos unos vinos.
Y así lo hizo. Que yo recuerde, la casa pasó por, al menos, tres inquilinos diferentes. La última fue la muerta.

No recuerdo el nombre de los anteriores inquilinos ni he vuelto a saber nada del contable. Era un buen tipo, eso es cierto; algo nervioso y bastante agobiado por la familia; pero un buen tipo, a fin de cuentas.

En fin, agente, eso es todo lo que puedo decirle. Yo no la maté. Yo jamás haría daño a una mujer, por fría que sea conmigo. Me gustan demasiado...

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