viernes, 1 de junio de 2012

El asesinato de la joven Anne (III): Dorothy Evans

Bueno, verá usted, la joven Anne, que en paz descanse, llegó al pueblo a finales de abril y se hospedó en el albergue de Frank Reynolds hasta el mismo día 1 de mayo, cuando comenzó a trabajar en la heladería.
Yo sé poco de sus primeros pasos en el pueblo. Casi no salgo de mi heladería. Soy soltera, sabe usted; de modo que mi familia son los jovenzuelos que vienen a diario a comprarme los helados que con tanto esfuerzo hago.
Por supuesto, no siempre ha sido así. Antes, aunque no lo crea usted, yo era una joven lozana y fuerte, capaz de trabajar día y noche sin descanso para obtener los mejores helados de la zona. Está feo que lo diga, agente, pero mis helados y dulces gozan de la mejor fama en muchos kilómetros a la redonda. Vea, esta foto es de cuando era yo una moza...¡guapa, verdad?

Como le decía, la señorita Anne vino a verme a finales de abril para pedirme trabajo como ayudante en la heladería. Me pareció una chica muy guapa y bastante amable, justo el tipo de persona que debe estar al cargo de mi heladería. Me recordó bastante a mí cuando era joven. Aquí tiene otra foto; esa es de aquel verano en el que hizo tanto calor, un año magnífico para el negocio, como usted supondrá.
En fin, no dudé un instante en contratarla. A fin de cuentas, una ya no puede estar en todo ni rendir como antes; pero aquella joven se presentaba ahora como un soplo de aire fresco para el negocio, un soplo de vida en estos tiempos que corren.
Recuerdo que su sonrisa tierna me cautivó, y su mirada sincera y limpia parecían decirme que era ella la persona que tanto había estado esperando. Sí, señor, no dudé un instante en contratarla. Empezó a trabajar para mí el mismo día 1 del mes siguiente, pues el pueblo es caluroso y por esas fechas ya hay que empezar a hacer los helados en mayor cantidad, de modo que no tardó demasiado en incorporarse. Me sorprendió gratamente su habilidad para hacer helados, especialmente de alguien tan joven como ella y que no contaba con ninguna experiencia previa en este honrado y honroso oficio.

Era una chica muy responsable y laboriosa. Jamás faltó al trabajo o se quejó de él. Cierto es que me resultó bastante maleducado que me pidiera un adelanto de su sueldo el primer día, pero tenía sus razones, y eran muy buenas: quería alquilar su propia casa y no tener que vivir en el cochambroso albergue del señor Reynolds; y no la culpo, ese anciano no es más que un viejo verde, más temeroso de los indignados maridos que de Dios Todopoderoso, mejor observador de los gestos femeninos que de las Sagradas Escrituras; ese truhán la acosaría con sus impertinencias hasta cansar a la pobre chiquilla. Además, aquella chica tenía iniciativa. Me recordaba bastante a mí cuando tenía su misma edad...mire, esta foto es de una de las fiestas que organizamos las tardes de verano, encargaron una tarte enorme, la más grande que he hecho en mi vida.

En fin, como le decía, era una buena chica. Se llevaba bastante bien con los clientes, especialmente los de sexo masculino, que parecían adorarla. Hubo un tiempo en que a mí también me adoraron, pero eso ya pasó, claro está.
La señorita Anne siempre atendía como debía: con una enorme sonrisa en el rostro. Jamás se la escuchó discutir con nadie, al menos dentro del negocio. Su dulzura se comparaba a la de las madres, por eso el número de niños y niñas que venían a comprarnos helados creció considerablemente. No es que el pueblo sea rico en infantes, pero la presencia de la joven se notó bastante.
Sí señor, era un ricura de mujer. Es una lástima que ya no esté en este mundo. Con gusto le hubiera dejado la heladería tras mi muerte, pero Dios tiene sus propios planes y sus caminos son inescrutables.

Era una joya. Los clientes la adoraban, sin duda. Solía venir uno por aquí desde el mes de junio. Venía con frecuencia, casi a diario, hasta bien entrado el mes de septiembre.
Yo lo conocía porque era nieto del señor y la señora Feregarn, vecinos muy queridos en el pueblo. Ellos solían traer el gramófono que alegraba nuestras tardes de estío. Eran muy buena gente. Su hijo se casó en la ciudad y, aunque solían seguir viniedo por aquí en los veranos, el nieto dejó pronto de hacerlo. Supongo que el pueblo ya no era nada atractivo para él, que la verdadera movida, como dicen ahora los jóvenes, estaba en la gran ciudad a un par de horas a pie desde aquí, si uno marcha a buen ritmo.
Como le digo, aquel hombre solía venir por aquí, y al cabo de dos o tres semanas ya iban juntos de aquí para allá, siempre riendo y hablando. Él tendrá ahora unos 40 o 42 años, el doble de lo que tenía a pobre de Anne; pero parecían llevarse bastante bien, y jamás vi a la chica reír tan sinceramente como con él. Aunque no era el único amigo que tenía. También estaba esa joven que vive en el albergue de Reynolds...no recuerdo su nombre...

No sabría qué más decirle, agente, ahora mismo estoy algo ocupada y mi memoria no trabaja ya tan bien como antes. Solo puedo decir que me alegro del verano de la joven Anne. Al menos disfrutó los últimos meses de su vida...

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