Hola de nuevo, agente. Me alegra volver a verlo por aquí, aunque las circunstancias no sean muy de nuestro agrado. ¿Quiere una taza de té o de café mientras continúo con la historia de cómo conocí a la joven Anne?
¿Por dónde iba?...¡Ah, sí, ya recuerdo!...
Como le dije, la joven Anne trabajaba desde mayo en la heladería de la vieja Dorothy Evans. Hacía los mejores helados de sabores que habíamos probado en la vida. Nadie recordaba que el negocio gozara de tan buena salud desde aquel año, según contaban los más viejos, en el que trajeron el primer cinematógrafo al pueblo. Todo un acontecimiento, como podrá suponer.
El caso es que pocos días después de nuestro primer y fortuito encuentro, empecé a frecuentar la heladería para calmar el sofocante calor veraniego que se cebaba con el pueblo. También, mentiría si lo negara, lo hacía con la ilusión de encontrar a la joven que había cautivado mis ojos y mi corazón, como los de todos en la pequeña comunidad donde pretendía desconectar del mundo voraz y salvaje que era la ciudad durante todo el año.
Furtivas miradas y alguna sonrisa. Ese fue el primer contacto con la señorita Anne. Nada particular; todos en el pueblo hacían o habían hecho lo mismo alguna vez.
Como decía, durante la primera semana no me atrevía casi a hablar con ella. Su belleza y su voz eran tan delicadas que uno se sentía renacer cuando una de las dos te atravesaba los sentidos.
Finalmente, sin saber muy bien cómo, empezamos a hablar...
Al principio eran bobadas. Preguntas sin importancia y respuestas sin mucha sustancia. Fue entonces cuando supe que la joven no era de allí, que había nacido en un pueblo del sur del país, pero nunca me dijo el nombre. También supe que únicamente le quedaba un primo al que no veía desde hacía ocho años, y con el que solía cartearse antes de perder definitivamente el contacto con él. Tampoco mencionó el nombre de su primo.
Pese a que le encantaba hablar, era una chica reservada y celosa de su vida. Su halagüeno discurso jamás sobrepasó los límites del decoro y no era dada a contar sus penas pese a tenerlas, o eso creo yo, pues no hay nadie en este mundo a quien no le pese algo en el alma. Solo en alguna ocasión comentó cómo había tenido que luchar y trabajar sin descanso para no hundirse en la más absoluta miseria desde que sus padres murieran en un trágico accidente. Vivió una temporada con su tía, madre de aquel primo que le comentaba hace un momento, luego se marchó en busca de nuevos horizontes. Al menos, eso fue lo que ella me dijo; y jamás comentó mucho más. Su silencio la hacía, si cabe, aún más atractiva y misteriosa.
Tenía aspecto sincero, eso es verdad, y gustos bastante corrientes. Solíamos pasear a lo largo del río o ir al cine de vez en cuando. Sí que le gustaba bastante bailar y, como el pueblo es pequeño, las fiestas no faltaban cada semana. En el parque viejo se reunían los vecinos y escuchaban música, bailaban y se entrenían como en los viejos tiempos. Recuerdo que mis abuelos solían llevarme a aquellas reuniones, por llamarlas de algún modo, cuando no era más que un crío.
Mi abuelo era muy querido por todos, ya que él era el encargado de llevar el gramófono sin el que no hubieran podido sonar maravillas como las de Gardel o Carosone, que estuvo muy de moda por aquel entonces.
Bailaba mucho. Era una chica muy activa. A veces los más jóvenes se quedaban mirándonos cuando salíamos juntos a bailar. La deseaban, como los más mayores. Tuve suerte, supongo, de poder ser una especie de amigo durante aquellos tres meses, y maldigo la hora en la que tuve que volver a la ciudad.
Sí, se puede decir que a eso se reducían nuestras actividades: paseos a lo largo del río que vio también sus últimos momentos de vida, bailes en el parque viejo y, como fuera y donde fuera, interesantes conversaciones que nada tenían que ver con su pasado; aunque eran muy reveladoras de las aspiraciones de aquella preciosa joven, marchita ahora como cualquier otra rosa...
Según me contó una tarde de agosto, a medida que avanzábamos por la margen izquierda del río, su mayor sueño desde pequeña era ser bailarina. Y su cuerpo menudo recordaba bastante a una de esas jóvenes del Bolsoi. No sé si usted las ha visto alguna vez, agente...
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