miércoles, 9 de mayo de 2012

El misterioso contacto (I)

Pasaba las noches en completa soledad frente a aquella máquina sin la que el mundo exterior hubiera sido más una leyenda urbana que una realidad. Frente a su ordenador consumía las horas más preciadas de su vida, una vida que transcurría entre el rol, los canales y los portales de encuentros.

Recurría con frecuencia al uso de redes sociales y chats. Aquella era su única vía de comunicación con el mundo, pues la timidez y la falta de seguridad habían terminado por reducir su vida y sus relaciones a unas pocas teclas y a una pequeña pantalla.
No es que tuviera grandes conocimientos en informática, pero le bastaban para navegar en busca de nuevas sensaciones, de nuevas emociones que erizaran el vello de su cuerpo. No sabía distinguir muy bien entre software, hardware, puertos o conexiones, pero tenía la completa seguridad de que encontraría a su media naranja en la gigantesca red de redes, esa que estaba en boca de todos, esa a la que todos llamaban internet.

Todo comenzó como un juego. Una noche de aburrimiento, como otra cualquiera, con muchas horas por delante y pocas amistades con las que disfrutarlas.
Nunca llegó a entender del todo lo que ocurrió a partir de aquella primera vez. En la red podía encontrar cuanto quisiera, a quien quisiera, de un modo rápido y sencillo. Jamás hubiera imaginado que podía abandonar una vida para adquirir otra en la que podía ser cuanto siempre había querido ser. Lo cierto es cada vez que se conectaba a aquel prodigio de la tecnología, se sentía mucho mejor.

Así fue como empezó a construirse un mundo cada vez más virtual, menos real, pero también más cómodo y con el que sentía con más vida que nunca. A las pocas semanas mantuvo su primera conversación en uno de esos portales de encuentro donde otras personas, sin importar su estado civil, su condición social, su edad o sus intereses, compartían vidas tan miserables y tristes como la suya propia.

Aquella persona, aquel "contacto", como solían llamarlo en ese mundo irreal en el que todo era perfecto, pronto demostró ser alguien de valía. No era como aquellos internautas que navegaban durante horas en busca de aventuras fuertes con las que jactarse después, de vuelta en sus particulares yolcos.
Poco a poco fueron cogiendo confianza. Pasaban horas charlando; las tardes se convertían en noches, y éstas, en días. Chateaban y hablaban de cualquier cosa, desde nimiedades hasta problemas de todo tipo; y en cualquier momento, en cualquier situación, allí estaban el uno para el otro.

Una conversación dio lugar a otra. Y se sucedían sin descanso cada día. Y aunque la confianza entre ellos crecía, aquel contacto parecía negarse a revelar un secreto que lo consumía por dentro. Algo había en su escritura que aquellas frases incompletas, aquellas respuestas entrecortadas y tajantes al otro lado de la pequeña pantalla, no dejaban ver claramente.

Desde su más tierna infancia sus padres le habían dicho que la curiosidad mató al gato, pero jamá había encontrado la oportunidad de comprobar la veracidad de aquel dicho. De este modo, aquella noche se produjo la siguiente conversación...

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