Encantada de conocerlo, agente. Sí, yo soy Kelly Bouvière. Y no, ese no es mi verdadero nombre, pero no creo que eso tenga relación con el caso.
Pobre Anne. Me enteré de su muerte la misma madrugada en la que encontraron su cadáver flotando en el río. Todo el mundo hablaba de ello cuando llegué al pueblo desde la ciudad, donde trabajo en un local de alterne; pero supongo que ya lo sabrá, ¿no? Si está aquí es porque soy sospechosa de la muerte de mi amiga.
Recuerdo la noche que la pobrecilla llegó al albergue donde vivimos yo y Reynolds junto con los pocos desalmados que todavía se atreven a hospedarse aquí. Cuerpo menudo, ánimo fuerte, mirada cansada, un vestido veraniego de flores estampadas y más que desgastado por el uso, un par de maletas viejas, y ningún lugar al que ir.
Era muy joven. Tenía 20 años. Hubiera cumplido 21 en noviembre si algún canalla no se la hubiera llevado por delante. Era una chica muy dulce. Me recordó a mí misma cuando llegué aquí una fría y lluviosa noche de enero, hace ya ocho años.
Nos hicimos amigas bastante rápido; en tan solo un par de semanas ya éramos como hermanas. Supongo que Anne, que no tenía ya salvo a su primo Phillip, necesitaba de una mano amiga que le ofreciera un poco de ayuda. Y me alivia pensar que acudió a mí antes que a ese desgraciado de Reynolds, quien se habría aprovechado de ella como hizo conmigo ocho años atrás.
Entiéndame, yo tengo mucho que agradecer a ese hombre: me dio cobijo, comida y calor cuando más lo necesitaba, pero a veces me pregunto si el precio no fue demasiado alto; estoy atada a él y a este albergue como si fuese su señora, su esclava.
Recuerdo que Anne no llevaba más que para pagar la primera noche. Con eso bastó. Yo puse el resto. Yo ya casi no pago aquí, ya que me ocupo del albergue junto con Frank; así he ido ahorrando una suma importante de dinero y pensé que sería buena idea prestar algo a aquella pobrecilla que tanto parecía necesitarlo.
Alguna vez que otra Frank me preguntaba de dónde sacaba el dinero Anne. Creo que, en el fondo, esperaba verla necesitada para poder hacer tratos con ella. Esa es la trampa de ese viejo de Reynolds. Y ella lo tenía enamorado con sus graciosos gestos, su voz dulce y sus ojos vivos y brillantes como dos luceros. Su piel fina y blanca, su hermoso cabello lacio...era realmente hermosa; hubiera podido proporcionarle un puesto de trabajo donde bailo todas noches. Los clientes habrían perdido la cabeza por ella y habríamos ganado una fortuna por su cara bonita y su cuerpo menudo.
Ella siempre lo rechazó. Decía que quería dedicarse a otra cosa, que no quería vender su cuerpo. Supongo que tenía firmes principios y bastante valor, yo a su edad conocía cada rincón de mi cuerpo, y muchos hombres también los conocían...
Solía pasar las mañanas conmigo. Nos hacíamos compañía mutuamente hasta que encontró un trabajo como ayudante de la señora Dorothy Evans, un ángel al que se le debieron de caer las alas en alguna buena obra.
En fin, hasta aquí todo lo que le puedo contar, agente...
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