Paraguas. Paraguas hay muchos, de muy distintos colores y
formas. Lo que hace la vida más alegre, más llevadera, es la enorme variedad de
paraguas. Eso sin contar, claro está, con las sombrillas ni con los parasoles.
Pero no hablemos ahora de sombrillas, soberbias y casi siempre malhumoradas,
primas de los paraguas por parte de padre. Ni hablemos de los quitasoles, de
espíritu debilucho, siempre delicados, vergüenza de la familia de complementos.
Hablemos de paraguas hoy. Hablemos de Don Paraguas.
Don Paraguas es un tipo serio, formal. A Don Paraguas no le
placen jaranas ni bulerías, sambas ni tarantelas; jamás ha escuchado rock y no
entiende la diferencia entre pop y el canto superficial y molesto de las
esponjas en la ducha. Don Paraguas no es un paraguas al uso, como puede verse y
se verá, sino todo un señor. Don Paraguas es un señor paraguas.
En el mundo de los paraguas, el color es importante. Los de
infinitos colores, los arcoíris del paragüero, aquellos que hacen las delicias
de los niños cuando compiten en vivacidad, suelen llenar la calle con gritos y
risas.
Los hay de tres colores, pero a esos se los considera unos veletas, unas
balas perdidas, o, para los paraguas más comprensibles, complementos en una
edad difícil. Luego están los de dos colores, más serios y formales, pero
jóvenes y frescos aún.
Los más sosos, los de un único color, se dedican a
tareas de funcionariado: catalogan complementos, dan fe de nuevas modas,
levantan actas de defunción cuando una fuerte racha de viento demuele a un
paraguas. Son tipos planos, no saben mucho del mundo exterior, pero dominan los
números como nadie.
Luego está Don Paraguas. Don Paraguas se sitúa en el escalón
más alto. Con sus dos colores pardos, a menudo marrón y verde caqui, o rojo y
sepia, a cuadros o a anchas franjas soberbias, Don Paraguas presenta ese
aspecto viejo, casi rancio, de quienes pertenecen a una larga estirpe de
paraguas.
Su caminar es siempre el mismo: erguido, muy recto en sus
movimientos, no besa el aire ni aprecia la lluvia que se desliza por su
espalda. Es su trabajo, nació para ser paraguas y no un trapo viejo. Se
contonea altivo en ocasiones, mostrando al mundo lo que, en su mente cerrada,
son los más hermosos atributos que un complemente puede poseer. Frente a todos
presume de anchura, la misma que oculta un enorme bastón de madera que acaba en
un mango de reluciente madera y oro. Y cuando por su lado pasan paraguas de
peor calidad, siempre mira de reojo, y muestra recelo al contacto con ellos.
Además, Don Paraguas jamás enseña sus varillas, eso es de mal gusto, se dice a
sí mismo una y otra vez mientras se muerde el labio, refrenando un intenso
deseo de abrirse, de escandalizar al mundo con sus bajos fondos.
Sí, en definitiva, Don Paraguas es un tipo peculiar. Es el
rey de los paraguas. Es el complemento perfecto, señorial. Es muy donparaguas su
alteza Don Paraguas.