Fue aquel un tiempo de muertes.
Primero murió la ilusión,
blanca y tiesa en un cajón
como aquella tinta seca
con la que abrí mi corazón.
Después murió el deseo,
hermano de la pasión.
Y en aquel lugar oscuro y frío
yacían muertos los dos.
Finalmente fue el amor
quien a la tragedia sucumbió.
Y lo siguieron las caricias
tiernas al sol,
y las miradas y los besos,
y otra palabras de amor.
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